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martes, 2 de noviembre de 2010

¡Ata tú a tus hijos, mi perro está jugando!


¿A que impresiona incluso como título de un artículo? Pues imagínense escucharlo paseando por un parque cualquiera, lleno de niños, alborotado el ambiente de felicidad, de despreocupación, de alegría contagiosa, que es lo que irradian los chiquillos entre sonrisas, gritos y meriendas de chocolate. En cualquier caso me gustaría aclarar que mi intención era titular este artículo con: “¡Ecuatoriana de mierda, vuelve a tu país!” Pero al parecer, y aunque lo habría subtitulado con “Artículo contra el racismo”, hubiera sido demasiado escandaloso.
En principio pretendía redactar el artículo en primera persona por aquello de no tocar la intimidad de nadie, sobre todo, si se trata de alguien cercano. Pero es obvio que cuando dijera “mis hijos” perdería credibilidad lo que describo y, desde luego, las palabras que a continuación bailan un dirty-dancing, más que pretender, son fiel reflejo de lo que sucedió y de lo que puede estar sucediendo ahora mismo en cualquier rincón de nuestra España querida.
Así, redactaré en tercera persona las trágicas escenas de este suceso confiando en que creerán todas y cada una de las palabras (que tal vez bailen un rap de un grupo neonazi en lugar de un dirty-dancing) pues se ajustan fielmente a la realidad.

Como cada tarde, Sara bajó al parque con sus hijos, Marina y Andrés, pertrechada de triciclo para el crío y de patines para la cría, además de la merienda para ambos. Era temprano, y en el parque sólo estaban los chiquillos de siempre: los que no pegaban ojo a la hora de la siesta. Algunas madres controlaban de reojo a sus hijos mientas leían una revista o cotilleaban con alguna compañera, algunos padres jugaban con sus hijos al balón o al disco volador. Sara se sentó en un banco a descansar, llevaba una semana muy agotadora en el trabajo y sus hijos no le habían dejado descansar después de comer. ¡Queremos pintar! ¡Quiero jugar a las casitas! ¡Se me ha perdido el gormiti! ¿Jugamos a los monstruos? Grrrrrrrrrrrrr.
Sara observaba desde el banco cómo sus hijos subían y bajaban del tobogán, ahora sentados, ahora tumbados, bocabajo, también boca-arriba. ¡Ay, mare, se van a romper la cabeza algún día! En estos pensamientos estaba Sara sumida cuando una pareja de mujeres se sentó en el banco frente al suyo. Parecían madre e hija. La madre podía tener cuarenta años y la hija no más de veinte. Pero no iban solas. Más que acompañadas estaban escoltadas por un pit-bull sin bozal que además paseaba suelto.
Sara, temiendo que el can se acercase a su hija, pues la chiquilla les tenía cierta fobia a los perros, proporcional al tamaño de los mismos, se acercó al banco que ocupaban las mujeres y les dijo obviando la catalogación de la raza del chucho como perro peligroso y la obligatoriedad, por tanto, de llevarlo con bozal y obviando también la prohibición de llevar el perro suelto:
-       Hola, ¿podrían atar al perro? Es que mi hija le tiene miedo.
Las mujeres se miraron y la mayor contestó dulcemente:
-       Ata tú a tus hijos, mi perro está jugando!
-       ¡Ecuatoriana de mierda, vuelve a tu país!- bramó la joven.
-       ¡Mete a tus hijos en una burbuja que no sabes vivir en sociedad! ¡Gilipollas!
-       ¡Hija de puta!
Sara se quedó bloqueada pues no podía entender semejante reacción desproporcionadamente violenta que había ocasionado su cordial sugerencia. Y, de vuelta al banco en el que tenía el triciclo y los patines de sus hijos, oyó a sus espaldas:
-       Y si le da miedo el perro a tu hija, que se joda. ¡Ojalá tuviera el perro la boca más grande para arrancarle la cabeza de un bocao!
-       ¡Qué maleducada!- dijo Sara con intención de que la oyeran.
-       ¡Tu madre!- reprochó la joven tan merecido adjetivo como si se tratase del peor insulto del mundo.
Sara no podía enfrentarse a semejantes perras de presa ni a su can, que por supuesto seguía suelto y sin bozal, porque lo más importante para una madre es la seguridad de sus hijos. Así, llamó a Marina y a Andrés y se fue a otro banco más alejado. Sin pensarlo dos veces, Sara marcó el número de la policía en su teléfono móvil. Diez minutos después (tal vez fue una coincidencia pero es cierto que tardó poco) una pareja de la Policía Local estaba tomando declaración a las “perras de presa” y, aprovechando que había testigos en un banco cercano, también tomó sus nombres y sus declaraciones. Es de remarcar que aquella tarde, la Policía Local no denunció, independientemente de la acusación de Sara, a la pareja de mujeres que llevaba un perro considerado potencialmente peligroso suelto y sin bozal, a pesar de estar legislada expresamente tal prohibición (para los curiosos consultar el Real Decreto 287/2002 de 22 de marzo que desarrolla la Ley 50/1999 de 23 de diciembre).
Sara, con el corazón alborotado por el miedo, la rabia y la impotencia volvió a casa a contarle lo sucedido a su marido.
-       A esto no hay derecho. ¿Y lo han oído todo los nenes? Hay que denunciar.- sentenció.

Sin ánimo de restar crudeza al ataque racista que sufrió Sara aquella tarde, es de remarcar que Sara es tan ecuatoriana como etíope y como vietnamita. Es decir, tan española como la letra eñe.

Pues bien, aquella tarde de 5 de octubre de 2008, Sara y su marido acudieron a la Comisaría a poner una denuncia.

Meses de espera.
Citación en el Juzgado (15 de enero de 2009). Para lo que Sara tuvo que faltar a su trabajo aquella mañana.
Juicio rápido. Sara como denunciante prestó declaración en primer lugar (la jueza o bien se reía de que Sara denunciase un caso así o bien llevaba unas bolas chinas en la entrepierna, pues su tono fue de sorna durante todo el juicio). Posteriormente declararon las denunciadas negando todo lo anterior y presentando una denuncia que habían interpuesto contra Sara (posterior a la suya, obviamente) y en la que acusaban a Sara de lo mismo que Sara a ellas.
Llegado este punto la jueza sugirió:
-       ¿Seguir o no seguir? (Ésa era la cuestión)
Sara decidió continuar con el juicio.
Entonces declararon las dos testigos que habían presenciado la escena en el jardín el día de actos. Al decir la verdad, declaraban a favor de Sara.

Meses de espera.
Sentencia (abril de 2009):
“Que debo absolver y absuelvo a la perra de presa número uno, la perra de presa número dos y a Sara… de los hechos denunciados declarando las costas procesales del oficio”.
“In dubio pro reo”.
Por supuesto la sentencia, de casi cinco folios de palabrejas ininteligibles, rezaba muchas más absurdas conclusiones. Y para no aburrirles con las expresiones extremadamente arcaicas y del todo retorcidas que ofrecía la sentencia, voy a transcribir la traducción que una abogada amiga hizo de la misma.
-       Que, a pesar de que las testigos corroboraron la declaración de Sara, estaba por demostrar que Sara no insultase primero a las dueñas del perro cuando se acercó a ellas provocando la subida de tono de las mismas. Pues eso, “ante la duda, a favor del reo” (in dubio pro reo).
-       Que las costas del juicio corrían a cargo de ambas partes.

Si hiciese una reflexión de lo que acabo de escribir, posiblemente no leyesen nada mío jamás, pues con algunos temas soy profundamente intolerante, precisamente con la intolerancia tengo una guerra abierta. También con el racismo, y con la hipocresía y la manipulación disfrazadas a menudo de “justicia”. Así, les invito a que reflexionen ustedes mismos dejándoles anotadas unas cuantas moralejas:
-       La libertad de uno acaba donde empieza la del otro.
-       Todos somos extranjeros en algún lugar.
-       Los llamados juicios rápidos no son rápidos, aunque puede que la sentencia se decida durante el café de las cuatro.
-       La justicia no existe.

Este artículo también lo puedes leer en el blog:     valledeayoracofrentes.com


Amparo G. Barberá

1 comentario:

  1. Buen trabajo Amparo, siempre aportando una voz crítica a los problemas que nos va poniendo la sociedad, "cuidado con los humanos" el título lo resume muy bien.
    Ánimo y que tu bolígrafo siga deslizándose por el papel con la misma soltura con la que lo hace.
    Un abrazo

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